—¿Todavía no la habéis encendido? —dije, sorprendido, cuando descubrí la vela intacta en la mesilla.
Era el regalo que dimos a quienes nos acompañaron en nuestra boda, hacía casi tres años. Una pequeña vela perfumada en un recipiente de cerámica artesanal.
—¡Es demasiado especial! Estamos esperando el momento perfecto para encenderla —dijo mi amigo.
—Hacednos un favor: encendedla esta misma noche —les pedí yo.
Me pregunto cuántas cosas quedan por estrenar cuando morimos. Cuántas botellas de vino buenas terminan avinagradas esperando el momento de celebración que nunca llega. Cuántos perfumes caros se evaporan con el tiempo y cuántos cuadernos favoritos se llenan de polvo con sus páginas en blanco.
Pero el momento perfecto nunca llega.
Nunca tienes el tiempo que te gustaría para sacar adelante esa idea. Nunca estás lo suficientemente preparado para hacerlo. Nunca llegará ese fin de semana más tranquilo en el que puedas escaparte a Marrakesh sin pensar en el trabajo. Nunca es buen momento para invitarle a cenar en ese sitio que ha nombrado tantas veces y el momento nunca es suficientemente importante como para decirle «te quiero».
Y va pasando el tiempo y las expectativas aumentan y el momento es menos perfecto cada día que pasa. Y cada vez tenemos menos energía y nos acomodamos más en nuestras rutinas y nos decimos que más adelante, que ahora no es el momento. Que mejor esperar el momento perfecto.
Y un día imperfecto morimos.
Hay que abrir más vino y encender más velas :)
Muy bueno! Es así!