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Carta #1. Sobre el camino
Me dijeron que hiciese vídeos para TikTok. Decidí enviar cartas por correo postal.
6 de marzo de 2023
Murcia, España
Yo quería escribir, no crear contenido. Crear contenido, en el formato que sea, es parte de un modelo de negocio. Y yo ya creo mucho contenido para mi negocio: escribo la newsletter de SinOficina, grabo el podcast, modero las sesiones formativas, etc. Me gusta, lo disfruto, pero la idea de escribir estas cartas me atrae enormemente. La idea de escribir por escribir, sin una razón más allá de poder contarte algo que me apetece compartir. Sin fingir que sé escribir empleando palabras como «meliflua» o «insidiosa». Sin pensar en un buyer persona, sino pensando en que María, Álex o Elena las van a leer. Pensando en ti y en ellos cuando las escribo.
Me atrae la lentitud del proceso. Tardo 20 segundos en escribir un tweet, uno en publicarlo y tú 10 en leerlo. Y en esa gratificación inmediata perdemos la capacidad de llegar a algo más profundo. Para escribir este breve texto habré necesitado varios meses en vivir, unos días en pensar y algunas horas en plasmar. La carta —si la lees en papel— habrá empleado varios días en llegar hasta ti. Qué preciosa aventura.
Hace más de una década recorrí el Camino de Santiago. Acababa de salir de una relación y necesitaba un tiempo para mí. Pensé que caminar 800 kilómetros durante un mes era una buena idea así que, nada más terminé el último de los exámenes de julio, me fui a Decathlon y me compré una mochila, unas botas y una guía del camino francés. Al día siguiente estaba en Saint-Jean-Pied-de-Port, al otro lado de los Pirineos, buscando un albergue donde descansar antes de comenzar la primera etapa. Cero preparación, cero planificación. Pura y joven inconsciencia. Resultó que la primera etapa consistía en cruzar los Pirineos salvando un desnivel de casi 2.000 metros. Recuerdo la noche en Roncesvalles, al terminar la etapa, tumbado en la cama con 38 de fiebre y pensando: «¿Dónde me he metido?».
El terreno se fue allanando y pasaron las jornadas. Había creado un grupo de colegas la mar de internacional y ya había recorrido la mitad del camino… hasta que me rompí —literalmente: rotura muscular—. Me apareció un moratón feo en el abductor, fui a un centro de salud y el médico me dijo que el camino se había terminado para mí. Que lo retomase el año siguiente. Esa noche, mis nuevos amigos y yo compramos unas botellas de vino y las bebimos en la terraza del albergue para despedirnos. Al día siguiente ellos continuaron sin mí.
Pero yo era un inconsciente, ya te vas imaginando. Así que antes de comprarme el bus de vuelta, decidí probar a caminar hasta el siguiente pueblo, a solo 10 kilómetros. Me ayudé de dos bastones para descargar parte del peso entre ellos y la pierna buena. Caminé lo más despacio que pude. Conseguí llegar y pasé la tarde descansando en la piscina municipal. Al día siguiente caminé un poco más… Y al siguiente ya conseguí completar una etapa entera. A mi ritmo, sí, pero la terminé. ¡Estaba avanzando! Entonces, dos americanos que acababa de conocer —años más tarde asistiría a la boda de uno de ellos en Ucrania, pero esto es otra historia— me animaron a caminar con ellos. Me sentía con fuerzas y estaba cansado de caminar solo los últimos días, así que esa mañana salí con ellos y, sin darme cuenta, dejé que ellos marcasen el ritmo. Y me rompí por segunda vez.
Volvía a la casilla de salida, pero convencido de que esta vez lo haría bien. Volví a caminar solo, despacio, marcando mi ritmo. Salía el primero, todavía en noche cerrada, y llegaba el último. Los demás caminantes (cada vez que escribo «caminantes» no puedo evitar pensar en Juego de Tronos) me iban adelantando a lo largo de la mañana. Me daban ánimos y era una fiesta cuando por la tarde llegaba al albergue. Gente maja la que conoces en el Camino de Santiago, de verdad.
En menos de una semana el hematoma se había absorbido y el músculo estaba recuperado. Volvía a caminar con un nuevo grupo, sabiendo que mis primeros compañeros iban varios días por delante y que volverían a sus países de origen al poco tiempo de alcanzar Santiago. Así que decidí apelar a la épica y concentrar las últimas 4 etapas, desde Portomarín a Santiago, en 2 días. Eran 93 kilómetros. El último esfuerzo. Llegué a la Plaza del Obradoiro a las 10 de la noche, 30 días después de comenzar el camino. Y allí estaban Emily, Marc y David esperándome. Una americana, un alemán y un holandés. Nos abrazamos, lloramos y pasamos la última noche juntos antes de separarnos de nuevo y continuar cada uno con nuestras vidas.
Pienso mucho en el Camino cuando estoy emprendiendo. Pienso en ese salto al vacío que di sin ningún tipo de preparación y en lo mal que lo pasé las primeras etapas, en el esfuerzo que supuso. En cómo me fui adaptando y reaprendiendo a caminar. En los momentos de crisis y de estar a punto de abandonar, pensando que ese camino no era para mí. Que volvería a intentarlo con más preparación y más recursos. Pienso en cuando decidí desacelerar y elegí caminar a mi ritmo, sin dejarme influir por otros que iban más rápido que yo. Ignorando los gritos de mi ego. Y pienso en el apretón final para pasar esa última noche con mis amigos.
Pienso, sobre todo, en el momento en que me atreví a dejar de contar kilómetros y de mirar las horas. Y aprendí a disfrutar del camino.
Gracias por leerme. Con cariño,
Bosco
Esto es Cartas: la newsletter personal de Bosco Soler y con la que, una vez al mes, comparto lecturas, reflexiones y experiencias que nos hagan crecer en el arte de vivir. Comparte y participa comentando; este es un espacio común.
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Carta #1. Sobre el camino
Me ha encantado!
Me ha recordado cuando yo corria ironmans. Todo el mundo preocupado por los tiempos.... y yo pasando... disfrutando del camino.