El otro día vi el documental de Carlos Alcaraz: A mi manera. Me gustó. Y me llevó a hacerme preguntas sobre el talento y el sacrificio de desarrollarlo, y cómo encaja esto en mi manera de entender el trabajo y el éxito.
Algunas de las preguntas quedaron sin responder. Quizás podamos arrojar luz entre todos en los comentarios.
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El documental acompaña al joven tenista murciano en el día a día de la primera mitad del año pasado. Pero, más allá de los torneos y victorias que aderezan los 3 capítulos, lo interesante es escuchar la perspectiva del éxito que comparte y que contrasta radicalmente a la tradicional disciplina extrema del deporte de élite.
Por dar primero un poco de contexto a quien esté fuera del tenis: con solo 21 años Carlos Alcaraz es ya una leyenda del tenis. Ha sido el jugador más joven de la historia en ser número 1 y lleva ganados 4 Grand Slams, entre otros muchos torneos. Y con esa edad todavía no ha llegado a su máximo potencial tenístico.
Por eso choca tanto escucharle decir que, aunque su aspiración es ser el mejor de la historia, lo quiere hacer sin renunciar a su felicidad y bienestar personal. Lo quiere hacer a su manera: equilibrando su meteórica carrera profesional con su deseo de vivir y disfrutar de la vida como cualquier veinteañero.
Quiero ser uno de los mejores de la historia. Sentarme en la misma mesa del Big 3. ¿Pero está en mi cabeza hacer todo lo posible y lidiar con todo para ser el mejor de la historia? No lo sé. He vivido poco, me queda mucho por delante. Ahora mismo, pongo por delante la felicidad que tener mucho éxito. Porque la felicidad ya es éxito. —Carlos Alcaraz
El potencial está ahí, las armas están ahí. Sin embargo, muchos consideran que sin el espíritu de sacrificio del que han hecho gala Rafa Nadal o Novak Djokovic no podrá llegar nunca al nivel de éxito del Big Three.
Cuando yo era chaval hacía natación. Lo cierto es que no disfrutaba con este deporte y, aunque era buen espaldista, no me esforzaba demasiado en los entrenamientos. Recuerdo el día que mi primer entrenador, Mariano, a quien recuerdo con mucho cariño, me llevó aparte para hablar conmigo seriamente.
Me habló de la parábola bíblica de los talentos para darme a entender que quien tenía talento (en la cantidad que fuese) debía desarrollarlo.
Pensé en aquella conversación con Mariano cuando vi el documental de Alcaraz y me hice la gran pregunta: ¿a costa de qué?
Si eres el mejor del mundo en algo —o puedes llegar a serlo—, ¿a quién debes el sacrificio de dedicar tu vida a ello? ¿Te lo debes a ti mismo? ¿Se lo debes al mundo? ¿A un ser superior? ¿Y llegar a eso a costa de qué? ¿De tu propia felicidad? ¿De la de la gente de tu alrededor?
Pienso en Hayao Miyazaki y en las veces que ha vuelto de su retiro para seguir creando las obras más conocidas del Studio Ghibli, sintiendo que no podía no hacerlo. Pero también sacrificando la relación con su hijo por el camino. Un hijo pierde a su padre; el mundo gana una obra maestra.
Pienso en todos los artistas, inventores, científicos, empresarios… genios y genias que han desarrollado su talento a costa de su salud, familia o tiempo. El mundo obtiene el producto; el genio su legado.
Pienso en mi trabajo y en el emprendimiento. A menor escala pero con la misma idea: ¿emprender a costa de qué? ¿Éxito a costa de qué? ¿Crecimiento a costa de qué?
Aspirar a todo, sin sacrificarlo todo. Qué difícil equilibrio.
Gracias por leerme. Con cariño,
Bosco .-
Posdata
Espacio para contar qué estoy haciendo y otras cosillas off-topic.
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